Hace unos días vino un operario a nuestra casa para arreglarnos un grifo que se había estropeado. Cuando ya se iba, se quedó mirándonos a José y a mí de una forma extraña. Finalmente venció su timidez y nos preguntó si éramos pareja. José, siempre en garde!, le respondió: Pareja no, somos matrimonio. El hombre se aflojó repentinamente y sacando fuerza de donde no parecía haberla nos contó lo que le preocupaba. "Perdonad, pero es que tengo un hijo de 21 años. Es un chaval muy dulce, cariñosísimo. Mi mujer y yo supimos muy pronto que era homosexual. Jamás supuso un problema para nosotros... hasta que el problema vino de fuera. Tuvimos que marchamos de X, un pueblo muy pequeño, porque en el colegio, y fuera de él, los niños, y los no tan niños, le hacían la vida imposible. Cuando llegamos a X, una ciudad algo más grande, el acoso se repitió con furia adolescente. Y cuando se fue a X, capital de la provincia, para estudiar la carrera, la cosa no mejoró. Mi hijo... el hombre hace cuanto puede por seguir hablando, ha intentado suicidarse dos veces. ¿Qué podemos hacer? Nos pregunta desesperado. Yo soy un hombre fuerte, dice llorando, y quisiera traspasarle esa fortaleza a mi hijo para que pudiera ponerse frente al mundo y decir sin miedo: este soy yo... Pero cómo se hace eso... Cómo...
El hombre fuerte se partió por la mitad y no pudo volver a articular palabra.
Un año más volvemos a escuchar los comentarios zafios, a ver carteles vergonzosos, la negación a poner una bandera que significa inclusión, diversidad, respeto y lucha, amenazas de boicoteo de la celebración del Orgullo... indicios visibles que no son más que la punta del iceberg de los intentos por paralizar el avance en la lucha por los derechos, el retroceso en los ya adquiridos, de las agresiones, de la resistencia para educar en la igualdad...
Sobran las razones
¡ORGULLO!
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